Recuerde siempre:


Lo que no se Conoce, no se Respeta y lo que no se Respeta, no se Ama.
No hemos echado en el olvido las palabras del administrador de la Reina de Cusa en la conversación que mantuvo con el diácono Felipe y que se perpetuaron en el Libro de los Hechos de los Apóstoles: "Señor, ¿Cómo puedo entender si no tengo a nadie que me lo explique?."

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Nuestro Horario

Wednesday, February 25, 2015

ESCUCHE EL CLAMOR DE MI PUEBLO

Eran las tres de la mañana de una fría noche de enero. Joe se frotaba las manos tratando de entrar en calor. Le había tocado el turno de 10 de la noche a 6 de la madrugada. Era el que menos querían en el parqueadero. Debían estar entrando y saliendo de la caseta y era una chavienda eso. Bien es verdad que el pago por hora era extra, pero las propinas no eran muy abundantes. A esa hora eran pocos los que recogían sus automóviles.
Estaba sentado en el taburete que había en la caseta tomándose un café y fumándose un cigarrillo. Tenía que tener entreabierta la puerta ya que estaba prohibido fumar y uno de los muchachos era medio jodoncito con lo del humo del tabaco. Entre sorbo de café y jalada de cigarrillo, le vino a la mente, no sin cierta nostalgia, su pasado.
No se crió con sus padres. Su padre emigró hacia el Norte y nunca supieron de él. Lo más probable que muriera en el paso del desierto. Los coyotes eran unos buitres, y después de sacar el dinero a los emigrantes, los abandonaban en mitad del camino merced de todo peligro. O quizás se enredó con otra mujer y se olvidó de lo que dejó atrás. Qué importaba ya eso había pasado tanto tiempo.
Su madre empezó a trabajar en la casa de un rico hacendado de su país. La doña de la casa no podía tener hijos. Cuando supo que aquella mujer tenía un hijo recién nacido y que el marido había desaparecido, hizo lo posible por conseguir ese bebé. Ella se encargaría de educarlo, darle un nombre, hacer que no pasara necesidad. La madre, antes de verlo morir de hambre y necesidad, lo entregó a la dueña de la casa. Ella estuvo cerca de su hijo ya que lo cuidó como nodriza y nana. El muchachito creció y llegó a ser un buen mozo. Despertaba las pasiones juveniles de más de una adolescente de su entorno social. Tan sólo tenía un pequeño defecto, era de una piel un poco más oscura de la familia que lo adoptó.
Pasaron los años. La situación en el país donde había nacido se complicaba de día en día. A él no le importaba. Sus padres adoptivos ocupaban altos cargos en el gobierno y sus haciendas y posesiones le permitían vivir muy bien y sin preocupaciones. Su futuro y el de la familia que formara estaban asegurados.
Cuando llegó el momento de comenzar sus estudios superiores prefirió quedarse en el país. Era medio haragán y, además, tenía un defecto en el habla que le impedía hablar correctamente inglés. Total, qué más daba el título. Tenía el porvenir asegurado.
Un día, ya casi concluyendo su formación académica, hubo una huelga en la Facultad donde estudiaba. La policía entró en las aulas y empezó a golpear a los estudiantes. Aquello le horrorizó. Máxime cuando vio cómo un agente intentó violar a una de sus compañeras, una pobre infeliz indiecita del mismo color que su piel. No lo pensó dos veces y con una de las sillas del salón le partió la cabeza al agente. Lo dejó desangrándose en el piso. Salió corriendo esperando que nadie se hubiera dado cuenta de quién había sido el que había golpeado al policía.
Llegó a la casa a tiempo para cambiarse de ropa y bajar a comer con toda la familia reunida, tal como solían hacer cada noche. El comentario en la cena no fue otro que la huelga y la carga que la policía hizo contra los estudiantes. Todo era, en palabras del padre, un intento de derrocar el gobierno y alterar el orden establecido. Sin duda alguna los comunistas, como siempre, estaban detrás de todo.
Los noticieros de esa noche no tenían de qué hablar si no era de los líos y enredos en la universidad. Contaban cómo muchos agentes del orden habían sido malheridos. Se hablaba incluso de algún muerto. No hablaban de las violaciones llevadas a cabo por agentes, ni de las cabezas rotas, ni de los derechos pisoteados ni de los destrozos en las aulas y bibliotecas.
La universidad estuvo cerrada por dos semanas, Cuando se reanudaron las clases, Joe volvió al recinto universitario. Se había dejado crecer la barba, no tanto por rebeldía cuanto por vagancia. Eran 15 minutos más de sueño cada mañana a cambio de no afeitarse. Al entrar en el lobby de la Facultad se quedó pálido, En el tablón de anuncios vio un cartel con su fotografía. Alguien lo había reconocido como la persona que le había dado un sillazo al agente y lo había matado. Se ofrecía una jugosa recompensa por su captura.
De la universidad se fue al terminal de autobuses. Debía salir cuanto antes del país. A sus padres les escribiría, los llamaría, ya vería lo que hacía, pero debía huir. Logró cruzar la frontera y con el poco dinero que logró sacar falsificando la firma de la tarjeta de crédito de su padre, pagó un coyote que lo trajo a Estados Unidos.
Estuvo vagando por varias ciudades. Finalmente llegó a Nueva York. Aquí conoció a una buena muchacha y formó un hogar con ella. De eso hacía ya más de una decena de años. No tenía más ilusión que su trabajo, sus fines de semana con su esposa, los juegos de pelota y, de vez en cuando, alguna partida de dominó con el vecino. Su país, su familia, su gente, era algo que ya no existía para él.
De repente, escuchó una explosión que le sacó de sus sueños y recuerdos. Salió corriendo de la caseta y observó llamas de fuego en el contenedor de basura que había al fondo del parqueadero. Eso le tranquilizó porque había ocurrido en ocasiones anteriores. Algunos clientes solían depositar basuras allá y alguno de los vagabundos que merodeaban el sitio solía prendía fuego para calentarse. Tomó el extinguidor y se acercó para apagar las llamas.
Según se aproximaba empezó a notar algo extraño. Aquellas llamas no perdían intensidad, eran como una explosión continuada. No era un fuego normal. De repente oyó como un ronquido, como un sonido extraño, como si un potente motor se acercara, algo que nunca antes había oído y sentido. Lleno de pánico miró para todos los lados y no vio nada.
Pero sí sintió una voz. Parecía como de ultratumba, sin embargo no le dio miedo. Logró distinguir como que le decían “He escuchado el clamor de mi pueblo, he visto la opresión en que viven, conozco sus angustias. Los voy a sacar de sus penas y tristezas, los voy a llevar a colmar sus alegrías y esperanzas”
Joe se quedó atónito. El ni había bebido ni se había metido ninguno de esos polvos blancos que, a veces, le ofrecían los amigos. Lo único que fumaba era tabaco y cada vez menos por el precio del mismo y el asma que le ahogaba.
Se calmó un poco y pensó para sí: “ Si esto es una aparición, yo no creo en ellas” De repente resonó aquella voz de nuevo y le dijo “Yo te envío para que saques a mi pueblo de sus penas, para que seas su líder, para que vuelvan a tener deseos de vivir y luchar”
Y Joe como que se rió un poco. A él, que nunca pisaba un templo se le aparece Dios y le viene con revelaciones? Too much. Pero aquello iba en serio. Y aquella voz extraña volvió a escucharse, esta vez más fuerte y enérgica, pero a la vez, paternal cálida y confiada: “Yo estaré contigo, te apoyaré para que salves, sanes a mi pueblo, lo conduzcas a la libertad”
Joe discutió, planteó argumentos, se rebeló, pero al final terminó convenciéndose de que, efectivamente, aquella voz que no quiso dar su nombre, -Yo soy el que soy, fue todo lo que le dijo como nombre a pesar de su insistencia en saber quién le hablaba- le convenció de dos cosas, una de que Dios no se olvida de sus hijos sobre todo de los más necesitados, que escucha sus clamores, sus penas y tristezas. Y la otra que selecciona a quien quiere para que sea el que escuche esos lamentos no importa sea tartamudo, extranjero, ilegal o fugado, para llevar a su pueblo, a sus hijos a construir un mundo mejor del que han recibido, un mundo de alegría y esperanza, de amor y paz.

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